El Señor viene a nuestros lugares rebeldes y secos y los llena con los ríos de Su Espíritu.
Abriré ríos en las alturas desoladas, y manantiales en medio de los valles; transformaré el desierto en estanque de aguas, y la tierra seca en manantiales. ISAIAS 41:18

Cuando nos perdimos en el desierto (las elecciones tontas que hicimos, todas las oportunidades que tuvimos para regresarnos sobre el mismo camino, pero elegimos no hacerlo), nos sentimos culpables.

Ese sentimiento de culpa con frecuencia nos engaña y nos lleva a esforzarnos a tratar de encontrar nuestro propio camino a casa. Así que, en lugar de tomarnos el tiempo y la energía para recoger ramas con el fin de hacer una fogata en la cumbre de una montaña para pedir ayuda, tenemos la tendencia a seguir el rastro de otro conejo, esperando que éste nos lleve de regreso al lugar donde deberíamos estar.

El arrepentimiento llama a un rescate cuando estamos perdidos en medio de nuestro estado fuera de control y cuando estamos imposibilitados para ayudarnos a nosotros mismos. Es una luz de bengala que lanzamos para que el equipo de búsqueda pueda encontrar exactamente dónde estamos y regresarnos al lugar al que pertenecemos.

Uno de los significados literales de la palabra arrepentimiento es “ser llevado nuevamente a casa.” Dios usa nuestro arrepentimiento para llevarnos a casa.

Las personas que malinterpretan el arrepentimiento, erróneamente concluyen que antes de ir al Señor con arrepentimiento, tienen que esperar hasta que hayan dejado de pecar. Piensan que antes de que puedan legítimamente pedir perdón para ser rescatados, deben esperar hasta que definitivamente estén afuera del bosque.

En lugar de lanzar la luz de bengala, se dicen a sí mismos: Tú solito te metiste en este embrollo; pues  ahora vas a tener que  salir solo de esto.

O van un paso más allá y concluyen que la única manera para probarle a Dios que lamentan profundamente lo que han hecho mal (otra vez) es de algún modo encontrar su camino a casa sin Su ayuda: “No molestes a Dios con tus excusas y lloriqueos. Ahora sólo cambia tu vida por completo.” Eso suena noble y religiosamente correcto, pero ignora por completo el corazón de Dios y Su provisión clemente para nuestra vida real.

Lee la historia del leproso Naamán en 2 Reyes 5:1-14. Siendo un general poderoso, Naamán estaba preparado para hacer cualquier hazaña y despliegue de fuerza o valor para ganar el favor y la sanidad de Dios. Cuando el profeta le dijo que hiciera algo fácil y simple con el fin de que su carne fuera restaurada (regenerada a la condición que tenía destinada), Naamán estaba furioso, ¿por qué? Porque quería tener parte en la solución, pero Dios llega solo por su propia cuenta.

La venida de Dios con frecuencia es descrita “como la lluvia de primavera que riega la tierra”
(Oseas 6:3). Él viene a enseñarnos justicia cuando sembremos para nosotros “según la justicia”
(10:12).

El mensaje del evangelio es esencialmente Su promesa para restaurar nuestra justicia y sacarla de los lugares desérticos de nuestra injusticia mediante el derramamiento de Su Espíritu:
“Porque derramaré agua sobre la tierra sedienta, y torrentes sobre la tierra seca; derramaré mi Espíritu sobre tu posteridad, y mi bendición sobre tus descendientes” (Isaías. 44:3).

Señor quiero entender hoy que aunque me haya metido en un desierto tu me buscas y me rescatas. Amén.

Dr. Daniel A. Brown.
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