Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todos vuestros hechos en que os contaminasteis; y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados que cometisteis. Ezequiel 20:43

 

Cuando el Señor nos recibe y gozamos de su favor, de su paz y seguridad, nos conduce al arrepentimiento de nuestros pecados y de nuestra mala conducta para con nuestro bondadoso Dios.

El arrepentimiento es tan valioso que bien podemos calificarlo de diamante de primerísima calidad, el cual bondadosamente es prometido al pueblo de Dios como la consecuencia más santificadora de la salvación.
Quien acepta el arrepentimiento, también lo da, y no de su «caja amarga», sino de entre las «hojuelas con miel», con las cuales alimenta a su pueblo.

El mejor modo de ablandar un corazón de piedra es poseer el sentimiento de un perdón, comprado con sangre, y de una misericordia inmerecida.

¿Somos duros de corazón? Pensemos en la alianza de su amor y dejaremos el pecado, lo lamentaremos y llegaremos a aborrecerlo; más aún, nos sentiremos confundidos por haber pecado contra el amor infinito de Dios.

Acerquémonos a Dios con la promesa de penitencia y pidámosle que nos ayude a recordarla, a arrepentirnos de nuestro pecado y volvernos a Él.
¡Ojala pudiéramos gozar de la dulcedumbre de una tristeza santa!
¡Cuán aliviados quedaríamos si nos fuera dado derramar torrentes de lágrimas!
¡Señor, golpea la roca, habla a la roca y haz que brote el agua!

Hoy, recordare los días tristes de mi pasado no para quedarme postrado lamentando el ayer, sino para recordar de donde me ha sacado Dios y cuando grande ha sido su misericordia y perdón y así caminar por el sendero recto de su amor.

Señor, Perdóname las veces que he olvidado de donde me sacaste y asi alabarte y glorificarte por tu misericordia. Amén.

Charles Spurgeon.
Libro de Cheques del Banco De La Fe.