En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.  Hebreos 10:10

La expiación que Dios nos ofrece mediante el sacrificio de Su Hijo nos otorga perdón y libertad para siempre.

De otra manera le hubiera sido necesario sufrir muchas veces desde la fundación del mundo; pero ahora, una sola vez en la consumación de los siglos, se ha manifestado para destruir el pecado por el sacrificio de Sí mismo. Y ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Él, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios, esperando de ahí en adelante hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies.

Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados. Hebreos 9:26; 10:11-14

Nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades. Hebreos 10:17

¿POR QUÉ LA SANGRE PARA LA EXPIACIÓN?
Nuestra receptividad mental moderna se disgusta ante el pensamiento de los sacrificios de sangre.

Parecen demasiado crudos, demasiado violentos, demasiado primitivos para que sean aprobados por un Dios amoroso, mucho menos para que sean requeridos por Él. Sin embargo, la consecuencia del pecado siempre es la muerte. La deuda no puede ser pagada sino mediante la pérdida de la vida. En Su misericordia, Dios permitió que los pecados de nuestra raza fueran transpuestos sobre animales sacrificados con el fin de que las bestias pagaran las culpas en lugar de las personas. Este proceso se llama expiación: cubriendo nuestro pecado con la sangre de otro.

¿Por qué habrá escogido Dios ese modo aparentemente tan antihigiénico y horripilante para tomar el control de nuestro problema de pecado? ¿Por qué el derramamiento de sangre es tan importante en los planes de Dios para nuestra restauración?

Cuando Dios formó a Adán del polvo de la tierra y “sopló en su nariz el aliento de vida,” ¿qué fue lo que llevó ese aliento a las células de su cuerpo? (Lee Génesis 2:7).

Fue la sangre de Adán. En ese mundo perfecto y original, Adán fue inspirado por Dios; se le dio respiración física y motivación interna. Fue animado en ambos cuerpo y espíritu mediante lo que Dios sopló en él.

La sangre de Adán fue un agente de vida diseñado por Dios para Él mismo conectarse con Su hijo en forma muy parecida a una madre que transmite vida al infante en su vientre mediante el cordón umbilical.  Por esta razón, el Señor declara: “La vida…está en la sangre” (Levítico 17:11). El ser completo de Adán, cuerpo, alma y espíritu, trabajó en perfecta armonía con el Señor.

Cuando el pecado entró al mundo, toda relación original con Dios fue interrumpida y todo quedó sujeto a la muerte y la decadencia, incluso la misma sangre que una vez había llevado el aliento de Dios a nuestra raza. Desde ese momento en adelante, la sangre llevaba un “gen” de muerte. Nuestra “imagen” ya no concordaba con la de nuestro Padre Creador.

El aliento de Su vida fue arrojado de nuestra sangre y en su lugar llegó la maldición de la muerte. Y a través de esa muerte hoy nosotros tenemos vida. Hoy lo alabo por su sacrificio para darme vida.

Señor, Gracias por morir en la cruz por mí. Ahora tengo vida en tu amor. Amén.

Dr. Daniel A. Brown.
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